agosto 14, 2010

Infrasonía 6

Tiemblan mis convicciones.
Se agitan las conexiones.
No se por donde comenzar a correr, mis pies están destruidos por las trampas.
No tiene mucho sentido negar mi veneno, mi capacidad tóxica de embriagar de oscuridad todo lo que toco.
A veces me imagino una cuidad ardiendo. Puedo ver gente herida llorando, puedo ver ojos en blanco, puedo ver las convulsiones de los que van cayendo.
Con música inyectada directo al cerebro, camino entre los escombros, evito la lluvia de partes humanas mezcladas con ceniza y trozos de estructuras que ya no existirán.
La cuidad en llamas es el sol nocturno que he estado buscando.
Puedo ver arboles que eran verdes tiñéndose de rojo furioso, escupiendole a dios una bocanada de humo en su invisible rostro.
Los animales han vuelto a su instinto, corren enajenados, aullando, mordiendo gente, desgarrando muertos.
El fluyo de personas y sus circuitos quemados son el elixir que estaba buscando.
Tengo las manos frías, empuñadas en mis bolsillos. No quiero ver a nadie que haya visto antes, es mi cuidad en llamas, mi espectáculo privado.
Mi sol nocturno, mi materialización última, ahora puedo elevarme desde el techo del último edificio en pie, miro hacia abajo pero no pienso caerme.
Con los ojos enardecidos por el humo gris y el fuego que come mis pestañas, desaparezco.

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