diciembre 03, 2010

Infrasonía 60

Hace tanto tiempo que no veía morir la tarde.
Hace tiempo que no me abandonaba a los placeres inocentes de una tarde sin prisas, que sé yo, leer un libro tirada en la cama, dejándome envolver por la romántica historia, dejando que las páginas me acaricien la cabeza y me escalofríen la espalda, cerrando los ojos para imaginar mejor. Descalza y despeinada, con la cabeza hundida en la almohada. Tomar un té de naranja mientras el sol se filtra por el visillo de mi ventana, dejar que mis párpados carguen su propio peso y me nublen y me nublen y me nublen.
Mirar por la ventana y pensar en otra cosa, dejar atrás la tristeza (pero no tanto) embriagarme con la muerte de esta tarde solitaria, desaparecer de mi cerebro y de mi mapa, encontrarme sola con la mitad de una sonrisa estampada en mi cara.
Dejar fluir música y verla flotar por mi habitación, como una nube aromática, como un vapor que me eleva, me mantiene abrigada y adormecida.
Me abandono a esta tarde, entre luces brillantes y hermosas sombras. Entre suerte y literatura. Entre brebajes y canciones.
Entre ese espacio que existe entre el sol y el horizonte.

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