diciembre 21, 2010

Infrasonía 69

No se entiende, no me importa.
Me galopa en el pecho un caballo condenado.
Me tiemblan las manos.
Se me acaba el aire.
Y pierdo control de mis ojos, que sin ningún remordimiento lloran.

Me ahogo en mi misma, en el propio descontrol de lo que siento.
Y siento el peligro acechando, sé lo que viene después de esta sensación.

Porque yo, la que habita dentro de este cuerpo ahora, está asesinando todo lo que atesora la caja de cristal de lo que siento.
Porque yo, la que lamentablemente no desaparece nunca, se está preparando para el gran golpe.

Me asusto de mi propia mente.
No puedo evitar sentir dolor cada vez que me trago la agonía de mi piel abierta.
Metales líquidos, como mercurio químico, perforan mis entrañas.

Puede ser consecuencia del bloqueo que no me deja alternativa.
Retrocedo en el tiempo casi sin darme cuenta y me cuesta volver y grito por volver a sentirme tranquila, perteneciente a la calma que me entrega tu existencia. Pero cuesta, porque sin querer hacerlo, me odio tanto.
Me odio por no entenderme, por la fragilidad de mi voluntad, por mi ausente fuerza.
No quiero lastimar a nadie, pero no puedo evitarlo si mis dientes son cuchillos.

Pero lo intento, sabes?
Me concentro, aprieto los puños y tenso la quijada nuevamente, como tantas veces, y arremeto contra mi vida. No puede ser coincidencia que aparezcas, como un visitante tibio en estas horas congeladas. Espera que respire hondo, no te asustes si salto por la ventana, porque a veces, como tantas veces necesito destruir mis castillos internos.
Porque aveces, como tantas veces necesito un rescate.
Ojalá tus ojos estén abiertos porque aunque, temeraria me lanzo a la muerte, confío en secreto en que tus manos detienen mi caída.
Porque si eres de lluvia, apagaras mi violencia. Porque si no lo eres, no sé quien soy yo tampoco.
Porque si tus ojos no te obedecen, no miraran el monstruo que se ensaña conmigo mientras duermo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario