enero 27, 2011

Infrasonía 82

Quería cambiar de tema, por eso, bruscamente balbuceé una pregunta. Pero era demasiado notorio, yo era demasiado obvia... Entonces me descubrí allá arriba, en la luna; con la mirada en piloto automático... Añorando lo que se me escapaba de las manos en ese momento.
Sentí calor y un leve mareo, los ojos de quienes me rodeaban estaban sobre mí, en mis hombros descubiertos, en mi pelo malpeinado, en mi cara de paraplégica que pide a gritos por la extinción de su vida; en mi expresión de querer morirme ahí mismo, de darme asco y no poder olvidar cada gesto, cada minúsculo movimiento imbécil de mi cuerpo, cada palabra aguada que se resbalaba por mis labios, sin querer decirlas, pensando incluso, lo completamente opuesto...
No sé en que momento acabó todo, no sé en que rato estaban todos en el suelo, sangrando. Muertos. Acabados.
¿Los maté yo? Me pregunto cuando mi espalda desnuda se encuentra con el placentero frío de una pared.
¿Los maté yo? La duda que aparece, cuando entre mis dedos se desliza un cigarro condenado a morir, confinado en mis pulmones sólo con la certeza de una venganza silenciosa.
No sabré si los maté o no, no sabré como sucedió lo que sea que haya pasado.
PERO ERAN ESOS OJOS.
Esos tantos ojos, clavándose como estacas en los espacios carnosos que hay entre mis huesos.
ERA EL CALOR. Esa fiebre amarilla de la humillación de estar viva y tener que mirar el piso para evadir la conciencia absoluta de mi presencia, mi hastío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario