enero 27, 2011

Infrasonía 80

Como se quiebra un espejo o un vidrio cualquiera al conocer la frialdad del concreto, se quiebran mis pusilánimes fuerzas, las últimas que quedan, escondidas por dentro, entre tanta víscera pegajosa.
Casi en sepia, un retrato abúlico de los segundos carcomidos, cruzan en caravana a través de mi conciencia alterada, sedientos, llenos de polvo, con los ojos entrecerrados para no perderlos en una tormenta de arena y de miedos.
Como quien es desterrado de sus tierras, se exilian mis sonrisas espontaneas y sinceras, se entremezclan con la muchedumbre y se pierden, allá lejos, allá dormidas, allá perdidas y oceánicas.
Y avanzo a un lugar sin retorno, sólo para darme cuenta que estuve aquí desde ya hace un tiempo. Camino sin descansar y sin darme cuenta, por el túnel nauseabundo, por el laberinto sin pista, por la escalera en espiral hacía quien sabe donde. No me detengo y no contemplo, porque no tiene sentido saberme nuevamente desolada y lejana, ajena y extraña, petrificada de miedo; llena de contusiones por cada golpe que da mi cabeza contra los muros internos de su calabozo en quiebra, calabozo en ruina.

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