febrero 02, 2011

Infrasonía 83

La bruma de la inocencia subió como espuma a la ventana de mis sueños, dejando todo húmedo y fresco, como una mañana de invierno o una madrugada atónita.
Cayeron entonces, desde la despedazada puerta, trozos de recuerdos, memorias en sepia de cabezas ajenas.
Y golpes ciegos en las paredes, interrumpieron los bostezos aletargados de las bocas nuestras, abiertas como duraznos caídos del árbol, estrellados y desparramados, goterones color ocaso.
Retumbaron los pasos y los disparos, en las cajas amplificadoras que escondemos en las costillas y cayeron como fósforos al vacío los huesos pulverizados, los huesos nuestros que se astillaron por el ruido que no acababa.
Las luces circularon, intermitentes y revoltosas, sobre las miradas nuestras, ateas y que no se sorprendían por nada.
Extasiados, como niños, nos desarmamos y caímos a pedazos, parecíamos papeles desintegrados, brillos incrustados en una roca de mar.
Inmersos en la increíble realidad ilusoria que atraviesa nuestros pulmones, tal navaja asesina prometiendo un despertar indoloro.
Agua. Ola. Navaja y tiempo.

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