noviembre 20, 2010

Infrasonía 57

Él no tiene nombre, ni huellas, no necesita las horas para perfeccionar su magia.
Se acuesta sobre mis recuerdos, se duerme en el último aliento de los lobos que se esconden entre las calles.

Él pasea con los ojos cerrados por la oscuridad de la cuidad, cambia el clima con un pestañeo, redirecciona las balas con su mirada.
Se ríe del peligro, se envuelve con mi muerte, se pierde entre los saltos que dan los gatos pasada la medianoche.

Él abre sus manos para detener el tiempo, para incendiar iglesias, para ahogar las olas que no se rompen entre las rocas, las olas que no son olas, las olas que se resbalan, que se evaporan, que no fueron.
Se embriaga de estrellas viajeras que atraviesan el cielo que pinta con su pelo.

Está drogada esta noche con su voz.
Está intoxicada esta noche con su voz.

Él cambia las estaciones del año con sus dedos perdidos.

Tambaleo.
Vértigo sienten mis huesos cuando se acerca el terrible verano que se esconde en su piel.
Vértigo siente cada una de mis células cuando la partitura de sus latidos explota en mi pecho.

Él, circunstancia azarosa, cuento sin páginas; que sin esfuerzo imprime leves sonrisas en las nubes que decoran mi realidad perturbada.

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