febrero 11, 2011

Infrasonía 87

Árboles en la avenida de la oscuridad, como pasajeros antiguos que se murieron de frío a un lado de la carretera.
Las nubes están altas, tan altas que no las alcanza nadie, se reflejan y saludan en los charcos rojizos que humedecen la tarde y la tierra, como cráteres, como heridas abiertas, sanguinolientas.
Y el sol, de ta alto se queja, yo lo oigo a ratos, entre tanto azote polvoroso que me nubla los ojos.

febrero 10, 2011

Infrasonía 86

Ella y su hipocresía, su creencia ciega, su rebelión ala inversa, su piloto automático en todo momento.
Ojos que se someten, mirada que no se tuerce, garganta que ya no grita y puños que ya no sangran.
Ella y su soledad intelectual, su horrible forma de mirarse a sí misma y reflejarse en los demás y aun así ignorarlo.
Dependencia ilusa, pasos cortos y rápidos, el billete acalorado que no se gasta y los dientes que sonríen con asco.
Su hipocresía tiene casi vida propia, se resbala por los platos que me sirve y me odia sin siquiera darse cuenta y me quiere tanto que se ahoga con la lastima autodirigida de su hipocresía en celo.
Su hipocresía me mira de soslayo y serpentea cerca de mi oído, pero yo estoy sorda a su necedad.
Años que parece que no cuentan e historias que parece que olvidó y queda ella y su hipocresía barata, se rascan las espaldas una a otra, no necesitan a nadie y mienten con descaro y se creen con pasión... Yo las miro y como en su mesa, me trago el comentario y lo vomito todo afuera para que mi paso se haga ligero y las uvas amarillas de veneno lento no me enderecen el camino.

febrero 08, 2011

Infrasonía 85

Lo muerto me sabe a silencio y a quietud pagada, me sabe a antiguo y a recuerdo malparido, a rastrojos de tu carne y migajas que no sigo.
Tuerta, veo todo claro, justo como lo hice antes y no te apareces ni en pesadillas, ni en caminos transitados por virus y bacterias que me joden la vida.

Desierto que nadie descubre y nadie pisa.

La frivolidad de las terminaciones nerviosas que yacen bajo mi piel son la señal inequívoca, la muerte y los desastres que se me hacen conocidos con solo recordarlos, se han apoderado de las cuencas vacías de tus ojos.

Trozo.

Y aunque te vea ya no te reconozco y ya no me interesa la tristeza de tus párpados, no me asusta tu colmillo amenazante ni tus pasos apestándome la sombra.
Me sabe a cuento malo, a redacción ajena y tontera a metros.
Pierdo las tardes de antaño, pierdo el miedo a tu discurso hipócrita y filoso, pierdo el gusto de buscarte en las papeleras de reciclaje.

Y hoy, yo por ti?
Nada.

febrero 03, 2011

Infrasonía 84

Personas que miran el vacío, que se emocionan fácil, que lloran siempre, que no se arrepienten nunca, que odian odiarse y odian evitarlo.
Personas que admiran a otras, que sonríen poco, que tienen los ojos en llamas, que piensan más de la cuenta, que le temen a casi todo.
Personas que nunca se olvidan y que se olvidan siempre, personas que avanzan, que retroceden y se sienten mal, ocultas en sus agujeros negros.
Personas tímidas y malévolas, buenas en lo más profundo de sus almas rotas, personas que quiebran cosas, que quiebran vidrios y papeles, cartones y recuerdos.
Personas amables en el trato, discretas en lo público, asesinos en sus propias casas, tristes bajo sus mantas, increíbles en todos lados. Frágiles y volátiles, casi casi pasajeras, casi casi invisibles, ligeros de pasos con dedos de pluma.
Personas que reviven los momentos malos y los sienten de nuevo en el pecho, que reviven los momentos buenos y no los creen, personas de dormidas voluntades e intenciones, de despiertos instintos parabólicos.
Personas que no se alejan porque quizá no existen, personas que no se borran porque han sido impresos con tinta permanente en los interiores de los párpados cansados de quienes los ven incluso a ciegas, incluso con los ojos cerrados, incluso muertos.

febrero 02, 2011

Infrasonía 83

La bruma de la inocencia subió como espuma a la ventana de mis sueños, dejando todo húmedo y fresco, como una mañana de invierno o una madrugada atónita.
Cayeron entonces, desde la despedazada puerta, trozos de recuerdos, memorias en sepia de cabezas ajenas.
Y golpes ciegos en las paredes, interrumpieron los bostezos aletargados de las bocas nuestras, abiertas como duraznos caídos del árbol, estrellados y desparramados, goterones color ocaso.
Retumbaron los pasos y los disparos, en las cajas amplificadoras que escondemos en las costillas y cayeron como fósforos al vacío los huesos pulverizados, los huesos nuestros que se astillaron por el ruido que no acababa.
Las luces circularon, intermitentes y revoltosas, sobre las miradas nuestras, ateas y que no se sorprendían por nada.
Extasiados, como niños, nos desarmamos y caímos a pedazos, parecíamos papeles desintegrados, brillos incrustados en una roca de mar.
Inmersos en la increíble realidad ilusoria que atraviesa nuestros pulmones, tal navaja asesina prometiendo un despertar indoloro.
Agua. Ola. Navaja y tiempo.